El Tren De La Vida
La vida no es más que un viaje en tren: Repleto de embarques y desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas agradables en algunos embarques y profunda tristeza en otros. Transcurriendo en los rieles de esta máquina que hoy denominamos metafóricamente “vida”, la existencia nos llama a la reflexión una vez más: La partida, el desembarco y la tragedia de confrontar la mortalidad nos hacen sumisos e impotentes a esta condición.
Salpicados de alegrías y tristezas recorremos el existir con la grata compañía de quienes comparten contigo –o con uno- la condición de vida. Tus alegrías personales, familiares y logros sociales fortalecen a través de los años de recorrido en este tren, que hemos denominado: La vida mortal. A estos compañeros de viaje, feliz de tenerlos; los logros, desilusiones y la lucha por lo trascendental nos ocupa gran parte de este viaje.
Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con algunas personas las cuales creemos que siempre estarán con nosotros en este viaje: nuestros padres, hermanos y amigos de la vida, -que por cierto-, no logramos entender el concepto del viaje cuando estos desembarcos logran impactar el día a día de nuestro recorrido y turban nuestra conciencia hasta que el tiempo nos educa a replantearnos este viaje sin estos pasajeros de este tren de la vida.
Se bajarán de este recorrido dejándonos huérfanos de su apoyo, de su cariño y su amistad. Cruel situación ante este viaje que Dios mismo estableciera en el ser de la mortal existencia. Aprendiendo en la travesía, que el ideal que nos obliga a la trayectoria fortalecerá el recorrido de nuestras vidas en función de objetivos trascendentales y cultivados en terrenos de amor, amistad y lealtad.
Aprendemos en el desarrollo de este viaje, a confrontar en las adversidades, las incomodidades del presuroso ir y venir de pasajeros que nos fueron indiferentes, dejando en nosotros recuerdos fríos y grises de estos fortuitos compañeros de viaje. En cambio, los compañeros del tours de nuestras vidas dejan tras sus desembarcos angustiosa tristeza por el deseo de alcanzarlos algún día otra vez.
Muchos al bajar, dejan una añoranza permanente. Otros pasan tan desapercibidos que ni siquiera nos damos cuenta que desocuparon el asiento. A estos últimos los denominó el filosofo José Ingenieros, “nube gris que la historia no recordará sus nombres”. Los primeros marcan tu existir con la profunda huella del buen pasajero, siempre atentos a remediar con su generosidad las incomodidades del viaje. Los segundos engrosan las filas de los desapercibidos…
El viaje se hace de este modo: lleno de desafíos, sueños, fantasías, esperas y despedidas... pero jamás de regresos, en esta travesía lo que logramos hacer durante ella es lo que realmente impregnara las fotos de nuestros recuerdos con estos seres tan amados, con estos pasajeros que coincidieron con nosotros en departir lo bueno y lo malo de esta travesía. A ellos mis honores!.
Dejamos atrás las cosas desagradables. Los olvidos sabios como acción personal nos hacen más sinérgicos la aventura del viaje en el tren. Donde cada estación nos alumbra con nuevas luces y esperanzas en el transitar de los vagones que nos llevan sin duda alguna, al encuentro de lo infinito, de lo divino y transformador. Es esto lo que afina constantemente nuestro proceder en la vida.
Hay diferentes tipos de trenes: aquellos que pasan sin darnos cuenta como el AVE,los de caracter ligeros,los que te llevan hasta las alturas como el funicular, pero en todos somos nosotros quienes elegimos el trayecto y quien queremos que nos acompañe en él...y también hay trenes que sólo pasan 1 vez en la vida, y por mucho que lo vuelvas a esperar el destino puede que se haya modificado.
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